martes, 24 de septiembre de 2013

Por ti llate más fuerte'l mio corazón...

¿Qué nun fadría un pá y una ma por avivar les áscuares de la sorrisa d’una fía? ¿Ónde buscar tanta fuerza y tanta esperanza pa facer frente a l’adversidá?
L’otru día conocí a Alba Ojeda y a los pas. Supi de primera mano de la so llucha; asistí a la primera llinia d’esa batalla que-yos tocó bregar. Conocí del so facer pa que la pequeña Alba Ojeda siga riendo. Y sentíla rir. La risa d’Alba ye discreta, silenciosa; brota como un cañu de lluz cuando siente’l ruxir de los demás neños; esa sorrisa ye’l relluguín que se colinga de les cañes del aire; la so risa ye la rosada endolcándose na fruta acabante madurar.
Dicía’l poeta César Vallejo: “Hay golpes tan fuertes en la vida, ¡yo no sé!”.
Yo tampoco sé del golpe. Pero puedo davos cuenta de quien se sobrepón, de quien nun s’amedrana y llucha día a día, ensin rindise.
Sé de quien camuda’l versu de Vallejo nesti otru: “¡¡Hai amores tan grandes nesta vida!! Yo sí sé”.
Nunca fui una persona valiente. Nunca me salieron les palabres a la primera. Pa espresame recurrí siempre a esti ardiluxu de la escritura. Acobardáu, nun fici otro más que, dende la distancia, mirar a la pequeña Alba Ojeda, en cuellu del pá o de la ma, alterándose cuando la reciella de neños entraba glayando o cantaben, asombrándome col so discretu rir.
Toes aquelles pallabres qu’afogué quedaron en dientro de min.
Nel silenciu retumbiaben. Un golpe y otru. Un tres otru.
¿Qué nun fadría un pá y una ma por avivar les áscuares de la sorrisa d’una fía? ¿Ónde buscar tanta fuerza y tanta esperanza pa facer frente a l’adversidá?
Alba Ojeda, por ti llate más fuerte’l mio corazón.


(Versión en castellano)

¿Qué no haría un padre y una madre por avivar las ascuas de la sonrisa de una hija? ¿Dónde buscar tanta fuerza y tanta esperanza para enfrentarse a la adversidad?
El otro día conocí a Alba Ojeda y a sus padre. Supe de primera mano de su lucha; asistí a la primera línea de esa batalla que les ha tocado bregar. Conocí de su hacer para que la pequeña Alba Ojeda siga riendo. Y la escuché reír. La risa de Alba es discreta, silenciosa; brota como una fuente de luz cuando oye el griterío de los demás niños; esa sonrisa es el rayo de luz que se cuelga de las ramas del aire; su risa es el rocío envolviéndose en la fruta que acaba de madurar.
Decía el poeta César Vallejo: “Hay golpes tan fuertes en la vida, ¡yo no sé!”.
Yo tampoco sé del golpe. Pero os puedo dar cuenta de quien se sobrepone, de quien no se amedranta y lucha día a día, sin rendirse.
Sé de quien cambia el verso de Vallejo en este otro: “¡¡Hay amores tan grandes en esta vida!! Yo sí sé”.
Nunca he sido una persona valiente. Nunca me han salido las palabras a la primera. Para expresarme he recurrido siempre a este artilugio de la escritura. Acobardado, no hice más que, desde la distancia, contemplar a la pequeña Alba Ojeda, en el regazo de su padre o de su madre, alterándose cuando el corrillo de niños entraba gritando o cantaban, asombrándome con su discreto reír.
Todas aquellas palabras que ahogué quedaron dentro de mí.
En el silencio retumbaban. Un golpe y otro. Un tras otro.
¿Qué no haría un padre y una madre por avivar las ascuas de la sonrisa de una hija? ¿Dónde buscar tanta fuerza y tanta esperanza para enfrentarse a la adversidad?
Alba Ojeda, por ti late más fuerte mi corazón.

 

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