martes, 27 de abril de 2021

Las piezas del puzle

     De pequeño uno acudía a clase y, si acaba la tarea, le ponían a hacer puzles. Hacer puzles estaba bien visto, no en vano se llamaban rompecabezas y se creía que estimulaban la mente. Había compañeros que nunca llegaron a hacer puzles, porque las fichas que nos daban en clase les costaban mucho esfuerzo. Había diagramas de Venn que no eran capaces de resolver, y la maestra de infantil se desesperaba. Yo no era ni muy bueno, ni muy malo. Era del montón. Pero me gustaban los puzles. Me gustaban mucho los puzles y mi madre me regalaba por el cumpleaños o por reyes, puzles. Hay que ver lo que le gustan a este niño los puzles. Y una vez me regalaron unos de tres pastores alemanes tumbados en la yerba, de doscientas piezas.  

Yo no era bueno en dibujo, aunque una vez me dieron un premio en una fiesta, el tercer premio, por dibujar cuatro monigotes y desde entonces creímos, en casa y yo mismo, que mi destino era ser pintor o artista. Y al lado de los puzles, estuvieron los materiales de dibujo. El premio había sido un bote de colonia que usó mi padre. Agua brava. Para un niño de tres años. 

Había un compañero que se llamaba Alí. En aquel entonces, un marroquí en la cuenca minera del Nalón era algo exótico. Alí no entendía los diagramas de Venn, en parte, porque no entendía las explicaciones de la profesora, porque no entendía tanto verde en los árboles, porque no entendía tanto de tanto, y nada de nada.  

La señorita Nefer se desesperaba. A ver, que la pobre mujer, que le había dado clase a mi madre, hacía lo que buenamente podía y lo sentaba a su vera y le decía, “Alí, ves, guapínassssí”. 

Pero los ojos no estaban para los diagramas de Venn, ni para el alfabeto, ni para rezar el padrenuestro (en aquel entonces aún se rezaba). Vivían en El Sotón, en unas casas viejas y apenas sin luz, apenas sin carbón: de la luz de África y su calor, al gris frío de nuestra cuenca. Los ojos de Alí no estaban para los folios: sus ojos se le iban para los puzles 

La señorita Nefer no le dejaba tal premio: no, no. Primero la ficha de la eme, la eme con la a, ma, la m es un puente de tres arcos; la n es un puente de un puente de dos arcos; la eñe es un puente de dos arcos sobre el que pasa una nube… 

Pero Alí se iba de puente en puente y tiraba porque le llevaba la corriente. Era bueno corriendo, jugando al fútbol y componiendo puzles. Si la señorita Nefer se despistaba, nada más que podía, pinzaba una pieza y la colocaba, cansado de ver que en nuestra desesperación intentásemos pegarle a la pieza para que entrase. La tomaba y la ponía en su lugar. 

“Ves, guapínassssí, nos decía riéndose. 

Una clase es como un puzle. Cada alumno y cada alumna son piezas que se hace necesario encajar en su lugar preciso. De nada sirve que intentemos insertarlos a la fuerza en un molde que no les corresponde. Solo lograríamos deformar la pieza y perder la vista final del dibujo. Porque en un puzle cada pieza ha de ser diversa, diferente. Y todas ellas, diversas, diferentes, contribuyen a recomponer la visión final. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario