miércoles, 20 de enero de 2021

Antes que el tiempo muera en nuestros brazos. Carta a mi amigo Luis Arias.

    Comencé a escribirte estas líneas cuando aún estabas vivo, amigo, entonces, cuando me comunicaste, haciendo referencia al verso de la Epístola moral a Fabio, que el tiempo se moría en tus brazos.         
Comencé a escribirte estas líneas con la esperanza de mandártelas y de que las leyeses, para llegar allá donde la voz no me alcanzaba, donde todo en mí era quebranto…

Escribía estas líneas entonces y las retomó ahora, Luis, cuando aún no he asumido, amigo, que no pueda hallarte; estas líneas, amigo, que quería que leyeses en vida para agradecerte, para que supieras, lo mucho que te agradezco que me hallas distinguido con el don de tu amistad, una amistad en la que tú siempre fuiste más generoso, a la que tú brindabas los mayores cuidados. Por las que me siento inevitablemente en deuda.

Te has ido hoy, irremediablemente, envejecer es irse acostumbrando a las ausencias y hoy la vida me ha hecho envejecer, de tanta ausencia y tanto golpe… Porque hay golpes en la vida tan fuertes, yo nosé…

Mi último maestro. Te has ido con el magisterio republicano y tu pasión por los libros, por la literatura a la que eras incapaz de explicar sin la filosofía y la historia; te has ido con tu capacidad de razonar y relacionar todos los males de esta patria que tanto te dolía, de esta patria que soñabas distinta…

Te has ido con la cabeza llena de proyectos, como siempre.

Te conocí cuando me estrenaba de profesor de secundaria en el IES César Rodríguez de Grao y en aquel departamento y en el café Avenida me transmitiste esa otra visión del noventa y ocho y el catorce… Hablábamos y hablábamos, ágil conversador, hombre pleno de erudición e inteligencia. Y ahora todo será silencio. ¿Qué más da que encuentre tu palabra en los artículos y en los libros que has escrito? ¿Qué más da que pueda recordar tu inteligencia, tu agudeza y hasta tu humor en los retazos de ti que nos quedan?

Qué desoladora devastación.

Te has ido, Luis, el fíu d’Antón de la Braña. L’home col que se podía falar nes dos llingües que dambos amábemos; l’home que quería un futuru p’Asturies y pa la llingua del país, comprometíu col occidente, del que yeres, como en too atentu observador. L’home qu’enllenó de sentíu la pallabra llealtá. Esa, qué gran heriencia, qué gran enseñanza. Honestidá y llealtá son valores que te definen.

¿Qué fici yo, Luis, pa que me distinguieres col to cariñu y l’amistá? Nun soi a sabelo y en munches vegaes, entrúgomelo.

Yo quería escribite estes pallabres enantes del fin, que supieres lo tan en deuda que me siento contigo. Estes nun son les pallabres solo del llector qu’almira la to prosa, del ciudadanu qu’almira ta to talla intelectual.

Estes son les pallabres, agora, del amigu desoláu, arrasáu que te busca ente les pallabres, porque sabe que sedrá nesa patria inmensa qu’entendisti y ayudasti a alzar, onde namás nos podremos ver; onde acudiré davezu a buscate.

Estes son unes pallabres que se resisten a usar otru verbu que nun seya’l presente, porque sé que nel presente entá nun asumí la perda y engáñome pensando en que puedo dar contigo.

Nun quería que les pallabres de gratitú por tolo que ficisti por min, por nós, les embarguiare lo panexírico o lo hipérbolico, y yá ves…

Qué desnudu d’axetivos y de recursos me dexa la to muerte, compañeru, amigu, y que tan enllenu de tristura.

Escribía aquelles pallabres cuando la muerte entá nos concedía un adiós y una tregua; alzar y escribir unes llinies que nun tocare l’horror y la tristura d’esti non tenete. Quería escribite dende la conmemoración de dos amigos que celebren l’amistá y agora, agora acabo esta carta, que yá nun lleerás, cola rotundidá de la perdida. Sé que cuando acaba nun me quedará otru tiempu que’l pretéritu pa falar contigo.

Que too yera enantes de que’l tiempu morriere nos nuestros brazos.

Entá quedaba tiempu, entá había tiempu nos nuestros brazos.

Quedemos en llamanos, Luis. Quedamos neso.

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