En su libro Ortega
y Asturias, Luis Arias Argüelles-Meres nos desvelaba su rito de escritor.
El rito de escritor lo conforman aquellos actos previos, ceremoniosos, que
anteceden al momento de la escritura, ceremonias que sirven para la inmersión
en el momento creativo: alza la vista y la pasea por las baldas donde reposan
ordenados los libros que le han correspondido en herencia paterna; los lomos de
los volúmenes de la editorial austral que su padre, ya ciego, acariciaba unos
días antes de morir, a modo de agradecimiento y despedida. Viejos amigos,
contertulios magníficos para quien se apreste a escucharlos; tertulia a la que
Luis Arias fue iniciado y a la que Luis Arias acude para interpretar la vida,
que fluye como el Narcea, a su paso por Llanio.
Luis Arias Argüelles-Meres es
conocido, sobre todo, por su faceta de articulista y de experto lector. La
lectura no consiste solo en decodificar los mensajes escritos, sino también en
ubicar su relevancia en el contexto
socio-político en que esos mensajes se producen. En este sentido, las piezas de
Luis Arias –que ha logrado imprimirles una estética y un tono propio, se
presentan como faro que arroja luz sobre los escollos de este tiempo y de este
país que algunos siguen llamando España.
La realidad histórica es una
mescolanza de hechos y sucesos difícilmente parcelable. La educación y nuestro
sistema educativo disecciona y parcela dicha realidad y nos la presenta en
asignaturas que, pese a los intentos de referencialidad y de transversalidad
logran, difícilmente logran transmitir esa visión interrelacionada de hechos
que forman la vida. En filosofía se estudian los filósofos; en historia, los
políticos y mandatarios; y en literatura, a los escritores. Pero en ocasiones,
en una sola figura se dan varias disciplinas, como es el caso de Azaña o
Unamuno, por ejemplo, olvidando que en los albores del siglo XX el papel de
muchos intelectuales consistía en aunar su faceta de creador o pensador con su
relevancia social. De tal modo, al resaltar una sola parte sobre las demás,
solo se falsea, cuando no se caricaturiza su figura y su relevancia.
El último libro de Luis Arias
Argüelles-Meres viene a rendir homenaje –que también es reivindicar- a unas
generaciones de intelectuales que escribieron, que pensaron y que, en última instancia,
actuaron movidos por el afán de justicia y de fraternidad, unos soñadores que
idearon y contribuyeron a forjar un
modelo de estado pionero en libertades y derechos sociales, inspirado en la
lectura y reinterpretación, en el redescubrimiento del Quijote.
La reinvención del Quijote y la forja de la Segunda República
constituye un libro lleno de coincidencias curiosas y atractivas: un ensayo de
ensayos; un libro de vidas librescas que nos hablan de más vidas librescas,
inspiradas en la figura de un perdedor, don Alonso Quijano, enfermo a su vez a
causa de sus aficiones librescas.
No hay aquí, en esta
interpretación, en este descubrimiento, lugar para las disciplinas parceladas:
política, filosofía, literatura… Todo en la vida es carácter, actitud.
Es este un libro que resalta,
además, la división hecha por Turguenev en una de sus conferencias, en la que
divide a los personajes en la actitud vital entre hamletianos y quijotescos;
entre los que piensan, teorizan, incapacitados para la acción y aquellos que,
como el hidalgo manchego es acción, puesta en movimiento. Y la singularidad
reside en que fueron aquellos escritores más hamletianos los más reflexivos, los que
tuvieron un talante filosófico, los menos narrativos –si entendemos como
narrativa la secuencia de unas acciones- los que se volvieron quijotescos en su
empeño de conseguir trascender a la realidad su propia Ínsula Barataria, el
esplendor democrático que siguió a la Restauración Borbónica y a la Dictadura
de Primo de Rivera. Es decir, unos escritores hamletianos, reflexivos se verán
en la obligación de tomar parte activa en la en la vida polícita contribuyendo
a alzar el andamiaje de un estado vislumbrando en la lectura, o mejor dicho en
la relectura de la obra cervantina.
Otra singularidad en esta obra
que se perpetúa en ecos y resonancias reside en las circunstancias en que son
escritas las tres obras: el ensayo sobre ensayos de una obra narrativa:
Cervantes escribe su obra desde el desencanto no ya solo de su vida, sino de
toda una nación que se despierta de sus ínfulas imperiales, cuyos coletazos son
los que, Regeneracionistas mediante, estimulan a toda una generación –la del
98- que se plantea la idea de qué es España con una mirada intramuros a partir
de la pérdida de las últimas colonias, cuya certidumbre alcanzará a los
novecentistas y crisis que envuelve, nuevamente, las circunstancias en que Luis
Arias Argüelles-Meres escribe este libro.
¿Qué es España, pues? Parece que
una crisis alargada y perpetua.
Esta idea hamletiana, esta
preocupación, esta matière nos presenta nuevamente otro hecho coincidente. El
gran ideal, la gran preocupación, la indignación sobre la esencia de qué es
España llevaba siendo asunto durante casi un siglo de la literatura rusa que
indagaba, obviamente, sobre el espíritu, sobre qué era la esencia de Rusia.
Perdida en la su inmensidad de su ser, el gigante ruso había buscado las
respuestas espirituales y su redención en la literatura. Y contradiciendo el
inicio de una de las grandes novelas rusas, parece ser que todas las personas
son iguales en su felicidad pero que, en ocasiones, también se advierten
coincidencias en su tristeza y desolación.
España postulará sus esperanzas,
firmará su capitulación de ansias entregada a la figura de un perdedor. Nadie
mejor que un viejo y loco hidalgo, un idealista que se ha creído un caballero
andante para consolarse del aldabonazo de la realidad.
En el relato de un perdedor
hallarán el consuelo, ese espejo en el que mirarse, el ejemplo a seguir.
Así, Cervantes se convierte –inadvertido
hasta ahora por toda la crítica literaria- en un referente generacional. No
solo el Cervantes literario, cuyo mérito ha sido reivindicado por Galdós años
antes, rindiéndole homenajes velados y declarados en muchas de sus novelas y de
sus Episodios nacionales. Cervantes
es al noventayocho y al novecentismo, si no más, al menos tanto, que lo fue
Góngora al Grupo Poético del 27. Es Cervantes el verdadero referente , aunque el
espíritu de Larra –con visita incluida a su tumba- sea influyente y su tributo,
su puesta en escena, sea más espectacular y simbólica: Azorín, Maetzu, Unamuno,
Ortega, Azaña, Pérez de Ayala o Américo Castro, redescubren, miran a España y
se plantean su futuro a través de la mirada, de la óptica del loco hidalgo.
Solo quien sueña sabe de
realidades distintas. De esos sueños y de la contribución a la forja de una
realidad, la de la Segunda República, nos habla este libro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario