jueves, 14 de noviembre de 2013

Cuadernu de rayes, cuadernu de viaxe

Hasta ahora nos deslumbraba la poesía de Miguel Allende. Recuerdo el instante en que me asomé a su primer libro Pallabres de payaso. Salí de la primera lectura con el asombro de descubrir su poesía cósmica (sin demérito de lo universal), de encontrarme con un poeta que nos instala en su firmamento de vivencias y de referencias; un autor que inaugura un sistema estético con sus propias leyes.
Portada del llibru
            Después de Pallabres de payaso fue imposible no sucumbir a su Güelgues de gallón. EnPastoral en sol mayor. Me he prometido no leerlo todavía. Miguel Allende es un poeta peligroso. Su escritura desborda, se instala en el tuétano. A la inversa que un injerto convoca en nuestra sangre el predominio del fulgor irracional y prístino de la poesía.
una estantería de mi cuartucho atiborrado de libros descansa aún, casi sin empezar, su
Sus palabras de savia antigua saben a lenguaje nuevo.
No hay impostura. No se aprecian artificios (lo que en literatura supone el mayor artificio de todos). Uno acaba de leer su poesía y la visión del mundo que hasta entonces tenía, como ocurre con frecuencia a los viajeros al regreso, ha cambiado.
Nunca es Ítaca la misma para el viajero que regresa.
            Por eso me he prometido dosificar Pastoral en sol mayor hasta que Miguel Allende entregue un nuevo poemario. Hago lo mismo con otros autores. Es larga la vida y para este camino, para este viaje, uno necesita de lecturas que no defrauden.
            A partir de ahora Miguel Allende nos deslumbrará también con su prosa. Cuadernu de rayes, su primer libro de prosa publicado, no hace otra cosa que confirmar aquello que augurábamos los que, con acierto, nos habíamos acercado a su poesía: Miguel Allende es un escritor cósmico.
No existen límites en sus temas; no se deja atrapar por la fácil convención de un género. La modernidad ha liberado a la literatura del corsé de las convenciones literarias y ha puesto al escritor al servicio de las convicciones estéticas: la búsqueda de lo universal a través de lo concreto, revestido de una forma bella, desemboca en algo sublime.
            En este Cuadernu de rayes asistimos a la peripecia vital de un viajero.
Uno podría caer en la tentación de intentar clasificar las treinta y una composiciones del libro (una antología esencial de las que ha ido publicando en su blog homónimo) y decir que hay cuentos de fantasmas, cuentos mineros… Pero enseguida se daría cuenta de que esa taxonomía hace aguas porque Cuadernu de rayes no es un libro de narraciones ni un libro de relatos ni tan siquiera un libro de viajes. Es todo eso y mucho más. Es la memoria literaria de quien ha sido consciente y ha saboreado el viaje de la vida y ahora nos ofrece un testimonio macerado de experiencia.
Nada hay de monotonía en su prosa, salpicada de idiomas y geografías; de dibujos, de referencias a poemas y a novelas; de películas, de fotografías que retienen el mundo; de avatares que transgreden los distintos planos de la ficción…
En su cosmovisión allendiana todo es posible y las lindes de la ficción se desdibujan: las abejas traen la memoria de la novela de Gustafsson; un sueño premonitorio aviva el sabor de los miruéndanos de Bergman, cuyo séptimo sello sostiene el rey de blancas; están los fríos paisajes nórdicos y las cálidas vivencias de juventud; está la Francia intuida en el precio del amor y la Francia vivida del Mont Saint Michel y de las librerías.
Y sobre todo está presente la Asturias sentida: Uviéu, L’Infiestu, Bulnes, Canzana, La Ortigosa… Miguel Allende se desenvuelve por el mundo con la destreza con la que se mueve por los montes de Llaviana, de L’Infiestu o de Cabrales.
No hay lugar para la pedantería ni para las ínfulas de erudición en su prosa, solo para lo estrictamente vital. Miguel Allende habla (esto es escribe) de lo que conoce porque lo interioriza y lo siente vivo; habla y escribe sin imposturas, es más, con elegancia, con esa destreza de los antiguos narradores a los que se esperaba a la par del fuego para entretener las largas noches en que la nieve era asedio.
Siempre se espera su regreso porque Miguel Allende es un viajero de los que regresa; porque como la Mora, sabe el lugar, la lengua, la tierra que entre todas puede llamar suya, sabe a lo que permanece unido por invisibles pero firmes ataduras.
Sabe el lugar al que se hace preciso volver. Y quien conoce el destino tiene medio camino hecho. Siempre esperamos su regreso. Y si lo hace con un libro nuevo, o con más capítulos que añadir a su Cuadernu de rayes mucho mejor.

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