miércoles, 22 de febrero de 2012

Testimonio del desencanto

Sofía Castañón
Animales interiores
Premio de Poesía Asturias Joven 2006
Uviéu, Trabe, 2007 
      
La poesía (y la literatura) es siempre un manual de uso de la vida, unas instrucciones que se redactan desde la experiencia para aviso de navegantes, para disfrute de la marinería experimentada. Un museo de vivas experiencias para disfrute de quien lee.
     Duele crecer y hacerse mayor, y ver que el mundo que nos dejaron entrever, del que nos fuimos forjando una imagen, no se corresponde con nuestras expectativas. De eso hablan los Animales interiores de Sofía Castañón (Premio Asturias Joven de poesía 2006), un libro que tiene tanto de negación como de reafirmación. Sofía Castañón abre su poemario con una carta de presentación en torno a la que gira el resto del poemario: "Soy dispersa,/ y pido disculpas (...) // Pero la vida / tampoco guarda un orden (...)/ y es obstinada/ como una profesora de matemáticas/ que insiste en hacernos creer/ que el mundo es exacto."
     A partir de entonces Sofía Castañón, tremenda iconoclasta, contrapone el mundo del yo (de los animales interiors, del sentimiento), al mundo real; su poemario son "los pasos rotos" que recompone poema a poema (esa misma similitud que su compañero de generación, Rubén d'Areñes, utiliza en su poemario Los veinticinco pasos), los episodios que la experiencia se ha encargado de ir enturbiando. 
     No es extraño que entre el mundo perfecto que nos han intentado enseñar y el mundo real en el que nos movemos y nos desenvolvemos, exista una fractura. De  esa fractura aflora, de vez en cuando, la reminiscencia del mito platónico de la cueva: las expectativas que la vida ha ido creando (esa parte lógica, esas matemáticas que se empeñan en prender en nosotros la ilusión del mundo perfecto) chocan con la realidad. Degás no puede pintar una mujer desnuda "Hasta que no estuvo ciego"; "alguien se ha dejado la luz/ encendida / en la casa de enfrente." ; esa misma casa que cerrará el poema; o el "Nos lo ocultan/ pero la ciudad es gris". Y siempre esa distancia se traduce en dolor.
     Nada es lo mismo. Las relaciones personales (la familia) se hallan desestructuradas: la familia se rompe por una herencia o un rumor; el lugar propicio en este nuevo mundo es, no ya una casa, sino "la barra de un bar", frágil lugar, frágil el tiempo del encuentro en el mismo; la niña que consuela a la madre del divorcio en el baño sucio del McDonals (lo que oculta el kitsch en sus entrañas).
Sofía Castañón
     El amor no es lo mismo, tampoco. No se puede idealizar el amor , porque ese amor idealizado es el "amor de los quince/ encontrar/ a tu alma gemela a dos calles/ y creer en que lo fuera // y creer en lo que fuera" . Pero el amor de entonces, inocente, idealizado no es más que "catorce bolsas de basura /adolescente". El amor que puede tener cabida es un amor efímero, en el que hay que vivir teniendo en cuenta la fragilidad del momento, sin pedir  la intensidad libresca del amor, "no seas tan intenso:/ Baudelaire/ no pagaba nuestro crédito", ni las estereotipadas connivencias, como los aniversarios (poema con el que se abre el "Mosaico breve para iconoclastas") o algo tan efímeramente perdurable que puede ser borrado por la inminente llegada del autobús: "Creo vernos abrazados/ pero/ no importa/ ya me ciegan/ los focos del autobús".
     Esta entrega de Sofía Castañón conmueve al animal interior que llevamos dentro: de sentimiento a sentimiento, nos va llegando en lentas oleadas, a golpe de verso, el rumor de su huida, la ironía destilada lenta, inexorable, rotunda que no deja lugar para la esperanza ni siquiera en las pocas visiones que se alcanzan del futuro (en ese poema que tanto recuerda al pavesiano "Verra la morte i avrá i tui occhi".
     Se convierte en un manual de experiencias donde reconocernos, en la bitácora de una huida, siempre hacia adelante: la de la vida.


     

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