Hasta ahora nos deslumbraba la
poesía de Miguel Allende. Recuerdo el instante en que me asomé a su primer
libro Pallabres de payaso. Salí de la
primera lectura con el asombro de descubrir su poesía cósmica (sin demérito de
lo universal), de encontrarme con un poeta que nos instala en su firmamento de
vivencias y de referencias; un autor que inaugura un sistema estético con sus
propias leyes.
Portada del llibru |
Después
de Pallabres de payaso fue imposible
no sucumbir a su Güelgues de gallón.
EnPastoral en sol mayor. Me
he prometido no leerlo todavía. Miguel Allende es un poeta peligroso. Su
escritura desborda, se instala en el tuétano. A la inversa que un injerto convoca
en nuestra sangre el predominio del fulgor irracional y prístino de la poesía.
una estantería de mi cuartucho atiborrado de libros descansa aún, casi sin
empezar, su
Sus palabras de
savia antigua saben a lenguaje nuevo.
No hay
impostura. No se aprecian artificios (lo que en literatura supone el mayor
artificio de todos). Uno acaba de leer su poesía y la visión del mundo que
hasta entonces tenía, como ocurre con frecuencia a los viajeros al regreso, ha
cambiado.
Nunca es Ítaca
la misma para el viajero que regresa.
Por
eso me he prometido dosificar Pastoral en
sol mayor hasta que Miguel Allende entregue un nuevo poemario. Hago lo
mismo con otros autores. Es larga la vida y para este camino, para este viaje,
uno necesita de lecturas que no defrauden.
A
partir de ahora Miguel Allende nos deslumbrará también con su prosa. Cuadernu de rayes, su primer libro de
prosa publicado, no hace otra cosa que confirmar aquello que augurábamos los
que, con acierto, nos habíamos acercado a su poesía: Miguel Allende es un
escritor cósmico.
No existen
límites en sus temas; no se deja atrapar por la fácil convención de un género.
La modernidad ha liberado a la literatura del corsé de las convenciones
literarias y ha puesto al escritor al servicio de las convicciones estéticas:
la búsqueda de lo universal a través de lo concreto, revestido de una forma
bella, desemboca en algo sublime.
En
este Cuadernu de rayes asistimos a la
peripecia vital de un viajero.
Uno podría
caer en la tentación de intentar clasificar las treinta y una composiciones del
libro (una antología esencial de las que ha ido publicando en su blog homónimo)
y decir que hay cuentos de fantasmas, cuentos mineros… Pero enseguida se daría
cuenta de que esa taxonomía hace aguas porque Cuadernu de rayes no es un libro de narraciones ni un libro de
relatos ni tan siquiera un libro de viajes. Es todo eso y mucho más. Es la
memoria literaria de quien ha sido consciente y ha saboreado el viaje de la
vida y ahora nos ofrece un testimonio macerado de experiencia.
Nada hay de
monotonía en su prosa, salpicada de idiomas y geografías; de dibujos, de
referencias a poemas y a novelas; de películas, de fotografías que retienen el
mundo; de avatares que transgreden los distintos planos de la ficción…
En su
cosmovisión allendiana todo es posible y las lindes de la ficción se desdibujan:
las abejas traen la memoria de la novela de Gustafsson; un sueño premonitorio aviva
el sabor de los miruéndanos de Bergman, cuyo séptimo sello sostiene el rey de
blancas; están los fríos paisajes nórdicos y las cálidas vivencias de juventud;
está la Francia intuida en el precio del amor y la Francia vivida del Mont
Saint Michel y de las librerías.
Y sobre todo
está presente la Asturias sentida: Uviéu, L’Infiestu, Bulnes, Canzana, La
Ortigosa… Miguel Allende se desenvuelve por el mundo con la destreza con la que
se mueve por los montes de Llaviana, de L’Infiestu o de Cabrales.
No hay lugar
para la pedantería ni para las ínfulas de erudición en su prosa, solo para lo
estrictamente vital. Miguel Allende habla (esto es escribe) de lo que conoce
porque lo interioriza y lo siente vivo; habla y escribe sin imposturas, es más,
con elegancia, con esa destreza de los antiguos narradores a los que se
esperaba a la par del fuego para entretener las largas noches en que la nieve
era asedio.
Siempre se
espera su regreso porque Miguel Allende es un viajero de los que regresa;
porque como la Mora, sabe el lugar, la lengua, la tierra que entre todas puede
llamar suya, sabe a lo que permanece unido por invisibles pero firmes ataduras.
Sabe el lugar
al que se hace preciso volver. Y quien conoce el destino tiene medio camino
hecho. Siempre esperamos su regreso. Y si lo hace con un libro nuevo, o con más
capítulos que añadir a su Cuadernu de
rayes mucho mejor.
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