Al
terminar las últimas huelgas de los mineros, esas que comenzaron el día 30 de
mayo de 2012 como respuesta al recorte del 63% de las ayudas del plan pactado
para la minería, se abrió para mí un periodo de reflexión.
En un principio, cuando la huelga, movido por la sensación de solidaridad,
quise crear un banco de recursos donde la gente pudiera apoyar a la minería con
sus creaciones, bajo licencia creative commons
que pudiera dar publicidad a lo que estaba ocurriendo aquí, convencido de que
no se libraba solo la causa de la minería, sino que esto era el comienzo de un
ataque a las conquistas sociales. Me espoleaba la historia de las huelgas del
62, cuando hasta Picasso dedicó aquel cartel y se firmó el manifiesto de los
intelectuales de apoyo a los mineros.
Me percaté muy pronto de que el tablero del juego y las reglas cambiaron y de
que nosotros no nos habíamos enterado. Sí, de este lado -porque conviene dejar claro
que no hay objetivismo y que la apolítica es también una postura política- no
nos habíamos percatado del cambio.
De entonces acá sigo analizando lo que pasó. Y algunas de las conclusiones -que
son fáciles de extraer a toro pasado- son las que siguen y que pude exponer en
el prólogo de Fundido
a negro carbón.
A principios de abril contactó conmigo Montero, Monty. Lo conozco del pueblo,
desde que éramos unos chavales, desde que una vez contacto conmigo para decirme
que estaba recopilando material sobre lo que pasó en Asturies antes, durante y
después de la guerra civil.
Andaba por los montes entrevistándose con hombres y mujeres, recopilando
información. Sigue en ello. Va y viene a Buenos Aires, donde se forma. Allí lo
pillo este último episodio; cuando supo de él no fue capaz a despegarse de
internet y tomó el vuelo para meterse de frente en la historia, para vivirla,
para que nadie se la contase y poder contarla él.
Le salió al encuentro.
Volviendo para Asturies en el alsa, se dio de bruces con el corte de
carretera a la altura de Pola de L.lena; tomó los bártulos, preparó las cámaras
y comenzó un proyecto que cuajó en un libro: Fundido a negro carbón.
Me pedía que le hiciese el prólogo.
Al contemplar las fotografía reviví el conflicto.
Repensé.
Reflexioné.
Ando todavía testando los errores tácticos.
Fallo al medir las fuerzas
Hubo
un error de lectura de contexto y un fallo de precipitación: la respuesta fue
efectiva y rápida a la ruptura del acuerdo: anuncio de huelga general, corte de
carreteras y encierro en los pozos.
Desde que nace vinculada a una materia prima no renovable, el poder de la
minería del carbón se va finalizando de modo directamente proporcional a su extracción,
ampliándose a la par que se encuentran otros recursos que se obtienen de modo
más económico o práctico. La minería ya no mueve el número de trabajadores de
antaño: una huelga de vente mil personas tirándose a la calle es un problema de
orden social serio para cualquier gobierno.
A
partir de las últimas huelgas fuertes (las del año 1991, en el pozu
Barredo, en Mieres, donde me llevó mi padre) hasta la actualidad, en vente años
el número de mineros en activo fue disminuyendo por no decir diezmándose;
entraron las subcontratas y las prejubilaciones. Esta mengua tan grande de
personal vinculado a un sector, concentrado en un territorio, hace que
este sector pierda su poder: la huelga de la minería, acostumbrada a bastarse consigo
misma para forzar negociaciones, acostumbrados a no contar con nadie, resultará
insuficiente para forzar a un gobierno manifiestamenta de derechas con mayoría
absoluta.
Diuide et vincera, diuide et
impera
El poder (gobierno, plutocracia, mercados...) comenzó
el desarme de las conquistas sociales haciendo un gesto de fuerza: toda lucha
necesita de símbolos y el sector del minero, debilitado, históricamente vinculado
a las reivindicaciones obreras, era un fruto apetitoso que serviría para
enseñar a otros colectivos (funcionarios, sanidad, educación, trabajadores en
general) que este gobierno iba en serio y que amparándose en la mayoría
absoluta conquistada con un programa que traicionó desde el primer momento,
nada lo frenaría.
Al principio fueron a por los mineros en activo, después a por las contratas,
siguieron con los prejubilados... Suena tal que el poema de Bertold Brecht. Y a
la par, cualquier inicio de resistencia fue expuesta a la opinión pública como
un acto de terrorismo. Divide y vencerás: como siempre los
"privilegios" de los mineros, lo mucho que ganan, lo bien que
viven... Los mismos argumentos para ir en contra del funcionariado, de la
sanidad, de la educación... Una sociedad que se mide por rentabilidad se
convierte en un mercado salvaje sin resquicio ninguno para un ápice de
humanidad.
Líbrenos Marx del neoliberalismo
De niño en mi casa veíamos el telediario y hacíamos una lectura política. Mi
padre siempre decía que en este país hay cosas que hace la izquierda (aborto,
ley del divorcio, ley de las parejas homosexuales...) porque no puede hacer la
derecha y cosas que hace la derecha porque no lo puede hacer la izquierda: entre
ellas este mazazo a la minería. Pero no nos equivoquemos porque el
neoliberalismo (eso que José Luis Sampedro decía que era el liberalismo de siempre
camuflado con aires de modernidad por medio de la partícula neo-) respira en
los dos grandes partidos políticos de España. Lo siento por los socialistas de
verdad que militan en un partido que dejó de ser socialista, por la gente de
buena fe que sigue en un partido -en muchos casos por tradición familiar- que
tenía hasta no iba mucho la preocupación de reformar la Constitución para
continuar la línea sucesora de la monarquía borbónica y que no dudó en reformar
esa Constitución intocable y sagrada para contentar a los mercados.
No sé mucho de historia, pero creo que Pablo Iglesias no fundó el partido para
llegar a esas metas utópicas ni tanta gente se dejó la piel para que los
gobernasen unas agencias que son las mismas que nos metieron en esta estafa que
se llama crisis.
Conviene no equivocarse ni echar en el olvido que muchas de las tesis de Soria las
sostenían en Europa comisarios socialistas.
Acostumbrados como estábamos a ver los problemas de manera gremial, sectaria,
el poder actúa de manera sistemática, atacando diversos frentes en diversos
momentos e intoxicando e impidiendo de paso cualquier sentimiento de
confraternización y, por ende, de solidaridad.
Vendieron privilegios donde nada más había acuerdos y convencieron a muncha
gente de que las víctimas eran los verdugos y los verdugos las víctimas. Otra
vez el arquetipo plutoniano del minero con rabo y cuernos.
Los medios de comunicación se encargaron de vender el humo de la barricada para
que no vislumbrásemos el problema de fondo: la extinción de todo un territorio.
El minero.
Madrid obrero saluda a los mineros
El problema de la minería no tiene que quedar en un problema que atañe
solamente al sector. Hay que concebirse como lo que es: un problema social
de unas tierras que va para cerca de dos siglos que vienen siendo expoliadas y
saqueadas en la tarea de la extracción de carbón.
Llevo desde niño viendo las mismas pancartas y las mismas promesas de reconversión,
viendo la incapacidad de unos gobernantes para decidirse a hacer un proyecto
serio que vaya más allá de las aulas y los museos, de los edificios que se derriban
por falta de sentido y de uso.
El problema de la minería es un problema social porque la ruptura del pacto
escrito se traslada a más frentes: la reforma laboral y los recortes vienen
dándose desde antes.
El problema de la minería es un problema social y territorial, y por ende,
global también.
Et in arcadia ego...
Yo crecí entre las islas sucias y negras que quedaban en el Nalón; vi bajar el
río negro del lavadero de Carrocera y cada domingo y cada agosto disfrutaba con
el agua limpia. Algunas palabras me pesan en la conciencia y en el lado
connotativo de la lengua: tajo, mamposta, costero, derrabe, grisú...
No bajé ni una sola ocasión a la mina. Ese mundo oscuro, fundido a negro carbón
me acompañó desde niño; fue herencia de un padre que dejó los mejores años en
coladeros y chimeneas; de un abuelo maquinista y de otro que vino desde Fresno
El Viejo (Valladolid) porque los hijos se le morían (se le murieron algunos) de
hambre: y no es una figura literaria.
Se acabó la época de la épica: las fotografías de Monty recogen no solo la
parte aguerrida, el minero en lucha; recogen esa otra parte que hasta ahora
quedó oculta entre bastidores, la parte más humana de la tragedia, esa parte en
que nada nos es ajeno. La minería ya no es capaz de por sí a hacer temblar el
gobierno de la injusticia. Tiene que ganarse el apoyo de aquella gente a lo que
nada humano le sea ajeno. Porque eso son estas setenta fotografías: la visión
humana del conflicto en algunos momentos, en algunos lugares.
El objetivo de Montero (de Monty) tuvo la suficiente sensibilidad de no se dejar
llevar por la senda de lo fácil, de lo que nos ofrecían desde aquel otro lado; es
eso y mucho más. Supo erguirse frente a los cantos de las sirenas (con los que
aúllan los furgones policiales) para darse la vuelta hacia las mujeres, los
niños que juegan indiferentes a esas cosas de mayores; hay mineros que lloran,
humanos, gestos de preocupación, incertidumbre... Todo lo que somos, fuimos y
seremos. Una mirada hacia este lado que, aparte de retener (que no detener) la
historia, cuenta y da cuenta de las sensaciones en una mirada estética y ética:
la que nos dice que ni siquiera el objetivo de una cámara es objetivo.
La nuestra es una guerra de resistencia y resistir es vencer.
Si nos vencen, si no resistimos, que nuestro fin sea un fundido a negro.
A negro carbón.
Salud y república.
(Texto de la presentación de Fundido a negro carbón en el Atenéu de Turón el 19 de setiembre de 2013)
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